Por Florencia Grattarola
La biodiversidad se encuentra en un fuerte proceso de declinación a nivel global, comparable tanto en velocidad como en magnitud a las cinco extinciones masivas previas de la historia de la Tierra. En los últimos 500 años, más de 300 especies de vertebrados terrestres se han extinguido y las poblaciones de las especies restantes muestran un 25% de disminución promedio en la abundancia. Mientras se sucede este proceso conocido como «defaunación del antropoceno» (Dirzo et al. 2014), sabemos que la mayor cantidad de especies aún quedan por descubrir. A pesar de 250 años de clasificación taxonómica y más de 1,2 millones de especies ya catalogadas en bases de datos, el 86% de las especies existentes a nivel terrestre y el 91% de las especies en el océano todavía esperan su descripción (Mora et al. 2011). Bajo este escenario, resulta clave generar mecanismos para medir cuantitativamente la riqueza ambiental y monitorear sus cambios, para un amplio conjunto de utilidades científicas, educativas y políticas. Un uso, por ejemplo, puede ser para dirigir la asignación de recursos a las regiones de mayor preocupación.
Un criterio utilizado para la priorización en conservación es la identificación de ‘hotspots’ de biodiversidad, áreas que se caracterizan por concentrar números excepcionales de especies o cantidades inusualmente altas de especies endémicas y en peligro de extinción. Para definirlas generalmente se consideran a la especie como la unidad relevante de biodiversidad. Un desafío mayor, por tanto, es contar con conjuntos de datos exhaustivos, que cubran grandes extensiones geográficas y grupos taxonómicos. Es decir, bases de datos que documenten ampliamente la presencia de las especies en el territorio a lo largo del tiempo. Para lograr esto, se vuelve fundamental la cultura de la colaboración científica.
Cada paso en el proceso de generación de conocimiento científico puede hacerse de manera más o menos abierta. Según la Definición de Conocimiento Abierto: “El conocimiento es abierto si cualquiera es libre de acceder a él, usarlo, modificarlo y compartirlo, estando sujeto a lo sumo a medidas que preserven su autoría y su apertura”. La idea de la ciencia abierta es romper los grilletes que encadenan los elementos individuales del proceso de producción científica, desde la formulación de hipótesis hasta la publicación de los resultados. Este tipo de prácticas ha hecho que se liberen grandes cantidades de datos científicos para su (re)utilización. En este sentido, existen varias iniciativas internacionales de gran importancia desarrolladas para permitir que los datos de biodiversidad sean reconocibles, libremente reutilizables y citables, como son: GBIF, Dryad, eBird, iBOL, COMPADRE y COMADRE, entre otros.
Pero ¿cuál es el panorama en Uruguay? En nuestro país la apertura de datos de biodiversidad es pobremente practicada. En la actualidad, las fuentes públicas (gubernamentales y académicas) de información sobre biodiversidad no son abiertas ni están disponibles públicamente. Estas incluyen: colecciones zoológicas del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), colecciones de Vertebrados, Invertebrados y Herbario de la Facultad de Ciencias (Universidad de la República), Herbario Atilio Lombardo del Jardín Botánico (Intendencia de Montevideo) y Herbario Bernardo Rosengurtt (Facultad de Agronomía, Universidad de la República). Asimismo, Uruguay tiene uno de los niveles más bajos de disponibilidad de datos en América Latina en GBIF, la plataforma digital más grande en número de registros de especies en el mundo, con alrededor de 185.000 registros pertenecientes a 573 conjuntos de datos, todos de colecciones de otros países. Sumado a esto, las agencias de financiación pública nacionales, como la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) o la UdelaR a través de su Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC), no poseen exigencias que impongan presiones a los investigadores respecto a la apertura de sus datos. Asimismo, tampoco existen políticas institucionales transversales en relación al acceso a datos e información científica financiada con fondos públicos. La baja disponibilización de datos y la falta de estructuras de incentivo estatales e institucionales configuran un panorama crítico, que se torna imprescindible comenzar a atender.
Las causas detrás de esta baja disponibilización de datos son aún desconocidas. En definitiva, el grado de intercambio de datos depende de las actitudes y prácticas de las personas que recolectan y curan especímenes, identifican especies y publican sus resultados y datos, dado que de ellos depende esta decisión. En general se identifican como impedimentos el tiempo y labor necesarios para compartir datos, falta de experiencia en gestión de datos y capacitación insuficiente en el tema, falta de conocimiento de las normas, falta de apoyo institucional y de recursos de financiación para la gestión de datos, limitaciones legales y complejidad de los derechos de propiedad intelectual de los datos, entre otros. En Uruguay la principal objeción de las y los investigadores a la hora de poner a disposición sus datos públicamente es el escaso reconocimiento por el esfuerzo que implica, siendo la falta de estructuras de incentivos la principal dificultad que enfrentan. Por todo lo anterior, se vuelve imperativo promover prácticas de ciencia abierta con el objetivo primario de reforzar tanto las redes de colaboración como los beneficios individuales, para lograr que la información que se produce fundamentalmente a partir de fondos públicos pueda hacerse disponible para su uso a diferentes niveles.
Enmarcado en esto surge Biodiversidata, una nueva asociación científica colaborativa para la consolidación del conocimiento de la biodiversidad del Uruguay. Su objetivo mayor es mejorar el estado del conocimiento sobre la diversidad biológica del país, consolidando una fuente de datos robusta y exhaustiva que concentre en un solo repositorio la totalidad de los organismos pluricelulares presentes en el país. La propuesta incluye: 1) recopilar la máxima cantidad posible de datos derivados de investigaciones científicas del país; 2) utilizar los datos para generar investigación científica de impacto mundial de manera colaborativa; y 3) disponibilizar los datos, de forma libre y abierta. La base contará con datos primarios de biodiversidad, es decir, con registros que incluyen al menos: nombre de la especie, su ubicación geográfica y la fecha del evento de recolección u observación. Se creará tanto a partir de datos proporcionados por integrantes del Consorcio como por datos sistematizados a partir de referencias bibliográficas. Para que los datos puedan ser reutilizados por otros y otras, en un marco de ciencia abierta, este producto de investigación será creado de tal forma que pueda ser rigurosamente evaluado y reutilizado extensamente (siguiendo los Principios FAIR), con el crédito apropiado, en beneficio tanto de las personas que crean el dato como de las que lo usan. En definitiva, Biodiversidata es una apuesta a reforzar redes de colaboración y de optimizar los beneficios individuales por vía del desarrollo de sistemas de trabajo comunitario.
El futuro de la biodiversidad en Uruguay (y el mundo) depende en gran medida de nuestra capacidad de abrazar la cultura de colaboración. Una ciencia comprometida socialmente debe ser abierta, debe habilitar la participación y apostar a democratizar el conocimiento. Ciencia abierta es ciencia por todes y para todes.
Dirzo, R., H. S. Young, M. Galetti, G. Ceballos, N. J. Isaac, and B. Collen. 2014. Defaunation in the Anthropocene. Science 345:401-406.
Mora, C., D. P. Tittensor, S. Adl, A. G. Simpson, and B. Worm. 2011. How many species are there on Earth and in the ocean? PLoS biology 9:e1001127.
Imagen: recorte de la fotografía ‘Guazubirá (Mazama gouazoubira)’ en Paso Centurión, por Julana, bajo licencia CC BY SA, en Flickr.